De repente, una risa infantil nos hizo voltear a mirar. Afuera del restaurante, una chiquilla de unos 10 años se encontraba sentada en las escaleras de la plazoleta central del centro comercial comiéndose un helado. A su lado, los padres intentaban hacerle cosquillas y por eso se reía, además estaba el riego de que se le cayera el helado, lo cual añadía mas placer a las cosquillas. Mi amiga y yo nos quedamos mirando la escena. La humildad de la familia era tan evidente como evidente era su felicidad. No vestían ropa de marca, el señor tenía unas manos inmensas y callosas, y la señora las tenía curtidas y con las marcas de las señoras que trabajan en casas de familia. Eran ya las 6 de la tarde y se notaba que el señor acababa de terminar de trabajar y había salido con la familia a comerse un helado. Simple, sencillo, y muy feliz.
Mi entrañable amiga me confesó entonces, tal vez animada por el excelente vino chileno, que algo le atormentaba el alma. No recordaba la última vez que se había sentado a comer un helado con su hija. El medio en el que se envolvía le había robado la esencia de la vida. De nada servia su apartamento en un condominio hermoso y con magnificas vistas a los cerros tutelares de Cali o su inmensa casa de campo con piscina, o ninguna de sus posesiones. Mi entrañable amiga no era feliz, es más, a veces era completamente infeliz. Trabajaba más de lo que descansaba y a veces no veía a su hija, la cual, poco a poco y entre más crecía se convertía en una extraña para ella. En medio sollozos mi amiga me dijo: “Me debes de considerar fracasada, ¿no es verdad?” Entonces me dí cuenta que lo que más le importaba era lo que alguien pensara. Exactamente el error que cometemos los demás seres humanos en este planeta: la felicidad viene de afuera, nunca de adentro; de tener plata, ser guapo, tener unas tetas infladas y un buen carro, para algunas personas es más importante adonde se va de vacaciones que el colegio donde están estudiando los hijos, las mujeres quieren estar delgadas para que las otras mujeres se mueran de envidia, los hombres queremos el carro más potente y de moda para que los otros hombres nos respeten. Siempre partiendo de los demás, de afuera. Nunca de adentro. Es entonces cuando comenzamos a trabajar como esclavos y perdemos el rumbo. Para poder tener esas posesiones que “nos harán felices” según el modelo del “american dream”. La plata es la respuesta. Al menos eso creemos y por eso trabajamos como esclavos.